Laura Molina Álvarez “Nocturnas”

Texto de la exposición por Felipe Brandi:

En las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en plena luz
Immanuel Kant

En la noche, la luz se vuelve sombra. Y posee múltiples matices destilados por un halo de misterio. El trabajo de Laura Molina viene a desarrollar esta idea posicionándose frente al elemento más esencial de la fotografía: la luz. De hecho, fotografiar significa, sencillamente, dibujar con luz. Su nueva serie parece enteramente dispuesta a reforzar esta afirmación. Por eso que, por una paradoja que sólo es aparente, la protagonista de su nueva serie es, aquí, la sombra. La oscuridad es una herramienta maestra dentro del nuevo trabajo de la artista, que parece sentirse a gusto explorando y desdoblando a su antojo el tema de la penumbra. Atestigua que, dentro de la fotografía, luminosidad y claridad no siempre vienen juntas.

Con Nocturnas, su actual trabajo, la artista asturiana nos presenta una serie de retratos femeninos, posados en un escenario invisible. Pero tras estas fotografías aparentemente tan directas se perfila una indagación sobre nuestra propia percepción de la representación fotográfica. Su trabajo pretende dar continuidad al esfuerzo de otros artistas que han procurado liberar la fotografía de su amarra realista, utilizándola para otros fines que el de simplemente registrar, captar la realidad del mundo a través de la supuesta imparcialidad de las lentes del “objetivo”. Por eso, su protagonista es ahora la penumbra. Dibuja con la sombra y se sirve de ella como de un dispositivo para resaltar un componente pictórico de sus retratos, así como para inscribir en lo fotográfico lo que ni se deja ver ni divisar. La penumbra, la oscuridad: metáfora amplia, que permite a la artista no solamente cuestionar la luz como materia esencial de lo fotográfico, sino aún explorar el contenido de la representación, adentrando así los espacios más recónditos de sus personajes.

La reflexión sobre la luz en la fotografía es, sin lugar a dudas, de primera importancia en la investigación de Laura Molina, que precisamente propone definirla a partir de su contrario, valiéndose del recurso de la sombra para poner en duda la objetividad de la imagen fotográfica como representación exacta de la realidad de las cosas. Apenas permitiendo distinguir algunos rasgos de la figura, la penumbra viene a rematar la fuerza sugestiva de la imagen, confundiendo esta vez nuestra mirada y haciendo yacer el vigor del objeto fotográfico no tanto más en lo que nos enseña, sino también, o sobretodo, en aquello que oculta. En sus retratos, toda animación de las formas parece subordinada a la caprichosa comunicación entre transparencia y opacidad.

Los personajes aparecen envueltos por un halo de irrealidad que les proporciona una atmósfera de misterio. Ubicados en un marco opaco, de una profundidad cerrada, no pretenden disimular la ocultación de su secreto, pero apartan su contenido exacto de la mirada del espectador – dejando a cada uno su propia interpretación. El método de trabajo de Laura Molina parece alcanzar, en este punto, el efecto deseado. Nos ofrece una fotografía que es, en muchos aspectos, ausencia de diafanidad, por consiguiente de visibilidad, pero solamente para pedirnos una mirada más vigilante y cuidadosa. Inscribe así la visión del observador en el campo de la problemática de la fotografía, contra toda idea de una supuesta autosuficiencia de la imagen fotográfica. Para Laura Molina, ocuparse de una actividad artística significa, en última instancia, interrogar la visión. De ahí, la curiosa inversión de su método: una fotografía que, de modo muy calculado, antes se oculta que se da a ver; que busca menos enseñar una escena constituida que solicitar, del espectador, una mirada constituyente.

Arquitecturas nocturnas

Gracias a la composición perfectamente equilibrada de sus retratos, donde el sombreado y la supremacía del matiz negro aseguran la serenidad y la delicadeza de las figuras, así como la uniformidad del con- junto, toda textura estridente o disonante aparece eliminada. A la eficacia de la composición, cumplen un papel determinante los personajes, en poses declaradamente pictóricas, incluso un tanto teatrales. Las imágenes de su serie Nocturnas provienen de fotografías deliberadamente idealizadas, aunque la casi totalidad de la representación quede encubierta y tan solamente sugerida. Pero cabe decirlo explícita- mente: lo que prevalece es la sensación de misterio creado por este ambiente, reforzado por sus rostros altivos e inalcanzables. De este misterio idealizado, de esta oscilación entre contacto y soledad, no se dejará de sentir, atravesando toda la serie, un filo de sensualidad. Pero ésta, aquí una vez más, meramente sugerida, conforme la idea central del planteamiento de la artista: una fotografía más evocativa que descriptiva, más sugestiva que asertiva, dejando al imaginario del observador un margen suficiente para interpretar.

Un segundo aspecto que cabría resaltar puede presentarse tras los pasos de la reflexión precedente. La fotógrafa utiliza escenas pictóricas y posadas para evidenciar la naturaleza incompleta y parcial de la aprehensión fotográfica. Con eso, esboza una tercera inversión: acomoda figuras y formas según una disposición casi realista, pero sensiblemente reducida, sustrayendo la información, de modo a situarse en un espacio indeterminado, en un intervalo por decirlo así, entre figurativo y abstracción, la cual Laura Molina ya exploró en trabajos precedentes. En la presente serie, profundiza su investigación, pero decide traer al espectador un abordaje indudablemente distinto. No le interesa la abstracción en si misma, como en su serie Kaleidoscopio, pero sí sugiere el primer paso a partir del cual la figuración se vuelca hacia la abstracción.

Recorrido y direcciones venideras.

Lo que se destaca en el trabajo de Laura Molina no es solamente la coherencia de un itinerario, sino sobre todo la parte consagrada a la investigación. En todos los cambios que se produjeron en su trabajo en estos últimos años, se puede de hecho estimar la unidad de una trayectoria, puntuada en primer lugar por una meditación continuada y una ávida interrogación sobre la fotografía como arte visual, sobre los placeres, vacilaciones e inquietudes de la mirada.
El trabajo que la artista hoy nos presenta es el resultado de los caminos plurales que trazó. Pero contiene una novedad significativa, en la manera con que lleva más adelante el cuidado que parece siempre haber dedicado en proyectar la significación de la imagen a un espacio fluctuante y polisémico. Por eso, los ve- los y filtros. Nos recuerdan que todo el arte, sea ella o no figurativa, es ante todo construcción. Y ponen en evidencia las múltiples mediaciones entre el universo exterior y la percepción que de él tenemos.
Por medio de este “efecto de sombras”, Nocturnas incita, no tanto a desear franquear la opacidad y a ver a través de los velos, pero a integrarlos como condición misma de nuestra percepción relativa, incierta, del mundo. Quizás, ninguna tarea se imponga de manera más radical al artista plástico que el de inquirir sobre la visión. No para enseñarnos a mirar, sino para rebatir la idea más corriente, según la cual bastaría abrir los ojos y esperar que el espectáculo del mundo haga su parte. Al revés, el propósito de la fotógrafa ha sido siempre estimularnos a dudar de nuestra propia visión; a no entregarnos maquinalmente a ella, sin antes sentirla, considerando con detenimiento este gesto tanto más irreflexivo que él parece, entre todos, el menos dependiente de nosotros.

Si a lo largo de su itinerario la artista ha demostrado el mismo rigor en sus planteamientos, es porque tiene certeza que la mirada fotográfica añade algo único a nuestra visión cotidiana. Porque ver fotográficamente es ver más. Es ver de otro modo. Profundizando en esta convicción, Laura Molina prosigue su búsqueda. No para traernos una respuesta, sino al contrario para acercarnos a la duda. Y al deseo de seguir explorando.

Felipe Brandi

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